La gestión pesquera

Se espera que, antes de entrar en propuestas promocionales de la pesquería se realice un estudio que permita determinar cuáles serían las especies objetivo, cuál el volumen de su biomasa, cuáles serían los períodos de vedas reproductivas, cuál sería el efecto ecosistémico de su explotación, para llegar a determinar una tasa anual de captura por especie. De esta información se deriva la capacidad de bodega que debería tener una flota con intención de incursionar en la actividad extractiva, la cuota anual de extracción, las cuotas individuales a asignar y los períodos de pesca. Solo entonces podríamos pretender introducir mayor esfuerzo pesquero sobre el ecosistema marino de Humboldt.

10 de junio de 2016

LA PESQUERIA PERUANA DESDE LA PERSPECTIVA DEL MERCADO

El potencial pesquero que Perú posee por sus posibilidades de extracción del recurso anchoveta,  lo coloca en una posición privilegiada dentro del contexto mundial. Sin embargo, más allá del análisis económico se hace necesario una reflexión más profunda que vaya más allá de la aritmética de la economía global.

El Estado no interviene nada más que dando el marco regulatorio dirigido a cumplir metas de control biológico y de protección.  Las medidas comúnmente aplicadas son: las vedas, las cuotas, limitaciones al tamaño mínimo, control de artes y sistemas de pesca, etc.  El objetivo de este ordenamiento es la preservación de las especies más explotadas, restringiendo la presión sobre su biomasa en etapas críticas.

Todo el movimiento exportador genera ganancias, y se realiza dentro de las normas legales vigentes; pero se hace con un recurso natural que es patrimonio de la Nación y que debe ser regulado por el Estado para que alcance a todos sus propietarios, o sea todos los ciudadanos peruanos. Es por eso que existen los impuestos y los derechos de pesca.

El problema es que analizando las cifras de los últimos diez años, se aprecia que muy poco beneficio práctico y real ha sido trasladado a los habitantes del país, por lo menos en términos de alimentación.

Se subraya lo siguiente:
Cada armador y pescador posee como criterio básico y principal el hecho de que no tendrá en cuenta el resultado de sus decisiones sobre el bienestar de la sociedad;
No tiene en consideración el rendimiento del resto de los pescadores o armadores, ni el crecimiento o situación del stock;
El armador o pescador bajo libre acceso no tiene incentivos para considerar dichas cuestiones, ya que lo no capturado por él, será capturado por otro.

En consecuencia, cada armador, cada empresa pesquera, cada pescador, actuarán guiados por la maximización de su renta individual que le garantiza obtener un ingreso neto superior al que le correspondería en otras actividades alternativas.

En la medida que la industria pesquera peruana posee una capacidad de capturas muy superior a la tasa a la que los ecosistemas pueden reproducirse, significa que los recursos hidrobiológicos  así como el capital no se están utilizando eficazmente. 

De la misma forma, la globalización ha formalizado la desviación de la mayor parte de la producción pesquera de los mercados locales y nacionales hacia los mercados de exportación, lo que crea una triple preocupación:
Cómo se distribuyen los beneficios;
Como repercute y qué efectos genera sobre los recursos hidrobiológicos, debido a la intensa presión sobre los mismos. 
Cómo afecta a la alimentación nacional el desvío de sus recursos alimentarios hacia el extranjero.

La rápida innovación tecnológica que permite e incentiva el incremento de las capturas debe obligar al Estado a limitar y a imponer controles y límites a la pesquería. La sobreinversión y la sobrecapitalización del sector pesquero no son una responsabilidad del Estado, sino del empresariado. 

Por tanto el éxito económico de esas inversiones no pueden constituir argumento alguno para ejercer mayor presión sobre las capturas.

De ahí la necesidad de regular y controlar el esfuerzo pesquero, dentro del marco de una Política de Estado que privilegie los intereses de la Nación antes que los extranjeros.

Es necesario llevar a cabo políticas de gestión adaptadas a los principios de precaución y de interés nacional.

En este escenario cabe preguntar si la capacidad de producción de hidrobiológicos del Perú permite incrementar su oferta exportable, que se verá presionada y favorecida por la firma de tratados de libre comercio.

Es evidente que en el caso de harina de pescado producida en base a anchoveta, no habrá posibilidad, (no debería haberla por lo menos) de incrementar las cuotas de captura, por lo cual no habría forma de incrementar estas exportaciones.

En el caso de recursos destinados al Consumo Humano Directo, a menos que se orienten capturas a nuevos recursos o recursos subexplotados, tampoco habría forma de producir un incremento de la oferta.

La única forma de incrementar la oferta exportable, sin afectar al ecosistema marino peruano, sería con productos provenientes de la acuicultura. Esto nos lleva a la hipótesis de que el sector pesquero peruano solamente puede ofrecer posibilidades de grandes inversiones en acuicultura, más no en mayor oferta de productos terminados para exportación procedentes de la pesca de captura.

Queda vigente la cuestión de si es éticamente aceptable exportar proteína a terceros países en circunstancias en las cuales hay una demanda nacional insatisfecha.

El sector pesquero se inscribe y se inserta en el proceso de la globalización, reflejado por la liberalización de los intercambios, de las inversiones y las dinámicas de especialización productiva. 

El escondido detrás de esto es la direccionalidad hacia la alimentación de otras poblaciones, utilizando al máximo recursos renovables hasta ponerlos en riesgo, mientras nuestra población tiene insuficiencias y carencias alimentarias.

Toda actividad comercial que afecte a la seguridad alimentaria cercena el derecho al alimento, uno de los derechos humanos más básicos.

La vocación exportadora del sector, coherente con el modelo económico vigente, condena a la población peruana a disponer de una oferta de recursos hidrobiológicos insuficiente y de calidad discutible si la comparamos con la calidad del denominado “producto de exportación”.

Tan selectivo es el asunto que en las etiquetas se pone el término “calidad de exportación” como para reafirmar ante el país y el mundo entero, que en el Perú hay una clara selectividad: lo que se exporta es mejor que lo que se deja para el consumo interno.  Se mantiene un doble estándar de calidad, cuando la tendencia debiera ser a acuñar la frase Calidad Peruana, eliminando esa discriminación injusta y ofensiva.

Tan poca atención se presta al país, que existe un Ministerio de Comercio Exterior, pero no existe un Ministerio de Comercio Interior. Al sistema le preocupa más satisfacer las necesidades alimentarias de los países desarrollados que las necesidades de la propia población. Aparentemente la tesis es que la seguridad alimentaria peruana no necesita (y por tanto no existe) una política pesquera, pues el mercado se hace o debería hacerse cargo de ella.

En ese orden de cosas, la exportación es más atractiva por los beneficios tributarios que se derivan de ella para los exportadores.  El mercado interno carece de similares estímulos. Por tanto es posible hablar de subsidios a la exportación pesquera.

Si bien es cierto que la selección de mercados es una decisión empresarial, también es cierto que el Estado no debería ser ajeno al tema, ya que la alimentación popular es una obligación de la cual no puede evadirse. Por consiguiente, cuando se examinan las exportaciones pesqueras debe analizarse principalmente el modo en el que reducen la disponibilidad de pescado para el consumo nacional. 

Tanto en forma indirecta (a través de la reducción de la biomasa de las especies forraje como la anchoveta para producir harina), como en forma directa.

Es importante tomar en cuenta que aunque el Perú tiene una participación importante en la explotación de recursos pesqueros a nivel mundial, esta no aporta los beneficios que merece la población peruana.

Los objetivos a largo plazo debieran ser llegar a un total dominio de la tecnología que permita, de manera costeable, el cultivo de especies acuícolas para el aprovechamiento de las lagunas, y también las marinas para dejar de ser únicamente cazadores y llegar a manejar  cultivos en  escala oceánica. 

Es posible entonces que dispongamos de una oferta exportadora razonable.

Los países desarrollados consumen la mayor parte de la producción mundial de alimentos, en especial los hidrobiológicos. Las personas que tienen más dinero para comprar más alimentos lo utilizan para el pago de productos cada más sofisticados en elaboración, envasado, y otras exquisiteces. Más allá de la necesidad básica de alimentación se satisfacen exigencias gastronómicas.

El hecho es que mientras esto ocurre en los países desarrollados, en el resto del mundo, en nuestro país, al mismo tiempo, una parte considerable de la población continúa con bajos niveles de consumo y de acceso a los alimentos, con la consecuente persistencia de niveles de desnutrición.

Es éticamente imposible negar esta realidad, menos aún ante una de las características más espeluznantes de la estructura pesquera nacional: la coexistencia del hambre con la exportación de nuestros productos alimenticios hidrobiológicos.

La captación de conocimiento y el desarrollo de habilidades empieza por una buena educación y entrenamiento. Ello implica una sociedad que prioriza la educación, el desarrollo del conocimiento. 

Ambos elementos requieren como elemento básico una niñez bien alimentada que pueda asimilar una buena educación.  Sin alimentación apropiada, es poco probable que se pueda asimilar una buena educación. Por tanto, las nuevas generaciones estarán enfrentando futuros inciertos en desventaja frente a otras sociedades.

La desnutrición crónica es un indicador que tiene frenado al país y que mientras no se resuelva no permitirá el crecimiento nacional con equidad y sin exclusión.

En ese contexto, el producto alimenticio es más rentable cuando se exporta. La necesidad de otros países es una fórmula mágica que lo transforma todo en oro, una fórmula a recitar como

El modelo vigente se da el lujo de exportar sus recursos naturales alimentarios mientras posee un índice de desnutrición del 24% como promedio nacional.

Niños menores de dos años padecen de desnutrición crónica en el Perú y sufren de anemia por deficiencias de hierro en su alimentación. Pero nos jactamos del éxito económico que significan los volúmenes de proteína exportados tanto en forma de harina de pescado como de productos hidrobiológicos congelados y en conservas.

El 19,5% de los niños menores de cinco años sufren de desnutrición crónica, consecuencia en gran medida de la escasa disponibilidad de alimentos nutritivos (Midis, 2012). La meta de la Estrategia Nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional 2013-2021 es la reducción de la desnutrición crónica infantil en niños menores de cinco años de edad de 18,1% a 5% entre los años 2012 y 2021 (Comisión Multisectorial de Seguridad Alimentaria y Nutricional, 2013). Para lograr esta meta, se ha definido que la seguridad alimentaria tiene cuatro dimensiones de análisis: i) producción de alimentos, ii) acceso y disponibilidad de alimentos, iii) consumo de alimentos, iv) oportunidades para el incremento de ingresos.
 Los principales problemas de inseguridad alimentaria que presenta el Perú no se dan por el lado de la disponibilidad y estabilidad general en el suministro de alimentos, sino más bien por el lado del acceso, de manera específica por el lado de los niveles de ingreso, así como por la distribución y oferta adecuada de alimentos hidrobiológicos por parte de la población.

En este sentido, la seguridad alimentaria en el Perú está estrechamente vinculada a la distribución de sus recursos. Es debatible, desde este punto de vista, el modelo que sostiene y defiende la exportación de dichos recursos.

No es lo mismo exportar minerales o textiles que recursos naturales alimentarios (renovables solamente en la medida que se protegen debidamente), poniendo en riesgo la sostenibilidad de los mismos. Exportar recursos naturales no renovables como los mineros y recursos renovables como los agrícolas tienen una connotación diferente a la exportación de recursos pesqueros.

La exportación de espárragos, alcachofas o mangos, por ejemplo, no es igual que la exportación de pescado.

La exportación de los primeros es útil para la economía del país en la medida que su consumo interno no es trascendente para la aliviar la desnutrición ni para asegurar la ingesta proteínica de nuestra población.

La exportación de los recursos hidrobiológicos sí tiene un efecto directo sobre los niveles de nutrición y alimentación básica de nuestra población en la medida en que, si bien es cierto son recursos renovables, su renovación está sujeta a serios riesgos. Uno de ellos es que la extracción de algunas especies perjudique la capacidad de renovación de las poblaciones que dependen de aquellas para su propia alimentación.

No parece ser la mejor opción arriesgar o comprometer nuestros recursos de alimentación en beneficio de otras poblaciones. Sin dejar de ser solidarios con poblaciones que requieren de mayor aporte de proteína, la obligación primaria del Estado es asegurar la alimentación de nuestra población y recién entonces exportar los excedentes.

Vivimos una época diferente provocada por el cambio climático y la crisis alimentaria. Nuestro mundo no es el de hace 20 años. Es necesario afrontar estos nuevos escenarios con criterios diferentes, con nuevas concepciones que vayan más allá del libre mercado y de la globalización que, en materia alimentaria pareciera favorecer más a los demás países que al nuestro.

Un mundo nuevo ha empezado a comer y no hay para todos”, afirmó José María Sumpsi, subdirector General de la FAO. Y explica que el tema se basa en una  “asimetría” entre oferta y demanda: “No se esperaba que los países emergentes -China, India, Indonesia, Brasil- creciesen tanto, y se han expandido a un ritmo anual del 10%-12%. Eso ha producido una explosión de la demanda. No estábamos listos”.

El mercado no puede resolver el problema. Hay una imposibilidad para acceder a los alimentos por parte de amplias poblaciones que no pueden pagar los precios actuales. La solución no puede ser más libre comercio porque más libre comercio implica más hambre y menor acceso a los alimentos. El empresario privado optará siempre por vender sus productos con mayor valor agregado al mejor precio y al mejor postor. En esa lógica de pensamiento siempre encontrará en la exportación un mercado dispuesto a pagar caro por alimentos o materia prima para producir alimentos gourmet que satisfagan no necesariamente el hambre sino exigencias gastronómicas. El ciudadano pobre que solo requiere proteína barata tenderá a ser excluido de esa lógica de mercado.

Los alimentos serán, en el corto o mediano plazo, un recurso escaso que podría convertirlos en recursos estratégicos para negociar no solo mejores precios sino condiciones más favorables para el desarrollo del país.

La visión debiera ser la de utilizar nuestra producción de recursos hidrobiológicos prioritariamente para nosotros mismos, proteger su renovación y crecimiento aplicando enfoques ecosistémicos, y exportando solamente aquellos que excedan a nuestras necesidades.

Exportamos harina de pescado para alimentar peces cultivados en otros países, exportamos congelados a otros países para alimentar a otras poblaciones, y exportamos conservas a otros países para alimentar también a otras poblaciones.

Lo que no se puede exportar se destina al mercado nacional. Además, lo que no satisface los estándares de calidad de los mercados internacionales, se traslada al mercado nacional. Se mantiene un doble estándar de calidad menospreciando al consumidor peruano.

La pesca de consumo en estado fresco, por sus volúmenes y por cuestiones de mercado, se destina a la población nacional. Si tuviese demanda internacional con toda seguridad se exportaría. 

Marcos Kisner Bueno

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