La gestión pesquera
Se espera que, antes de entrar en propuestas promocionales de la pesquería se realice un estudio que permita determinar cuáles serían las especies objetivo, cuál el volumen de su biomasa, cuáles serían los períodos de vedas reproductivas, cuál sería el efecto ecosistémico de su explotación, para llegar a determinar una tasa anual de captura por especie. De esta información se deriva la capacidad de bodega que debería tener una flota con intención de incursionar en la actividad extractiva, la cuota anual de extracción, las cuotas individuales a asignar y los períodos de pesca. Solo entonces podríamos pretender introducir mayor esfuerzo pesquero sobre el ecosistema marino de Humboldt.
17 de abril de 2012
Crisis en las 200 millas
Crisis en las 200 millas
El boom gastronómico y el tan cacareado desarrollo económico también tienen sus contradicciones: la manera cómo se explota el mar peruano y su contaminación urbana e industrial, por ejemplo. La productividad puede llegar a significar decadencia (ecológica y humana).
─Desde nuestra pequeñez vemos el mar como si en apariencia no tuviera final: como si fuera una enorme masa de agua con tan grandes profundidades que el hombre, en teoría, no podría recorrer y, mucho menos, consumir ─dice el especialista─. Y sin embargo no es así, especialmente en el Perú.
Ese mar que suele ser visto como esa fuente gratuita de recursos que ha de garantizarnos la vida: la despensa de la humanidad.
Sin embargo, lo depredamos y contaminamos.
Yuri Hooker Mantilla, biólogo marino y funcionario del Ministerio del Ambiente, explica lo que ocasionamos cada vez que se nos ocurre mirar al océano y creer que podemos hacer lo que nos plazca.
─Tenemos uno de los mares más productivos del mundo que es distinto a decir que es el más rico del mundo: es lo primero porque en la superficie se produce una mayor biomasa orgánica por área, pero esa biomasa no es necesariamente de alimentos directos para el hombre sino más bien de plancton, el alimento esencial para otras especies.
A partir de esos microorganismos se define una cadena alimenticia que llegará hasta nosotros.
Todo lo marino que se consume en la costa peruana y que provee nuestras cocinas y nuestros restaurantes de orgullosa gastronomía está relacionado, de una u otra manera, con esos pequeños bichos.
Si algo irrumpe en esa cadena y afecta a uno solo de estos seres vivos, se produce una extinción. Como la que podría ocurrir con la anchoveta, por ejemplo, que hoy es explotada a niveles máximos.
De hecho, vale saber que ya hay algo que juega un tanto en contra y por razones exclusivamente naturales: toda esa enorme superproducción de biomasa en la superficie del mar resulta contraproducente para la vida en sus profundidades. A decir de Yuri Hooker, al morir ese plancton y depositarse en el fondo marino, las bacterias de su descomposición absorben casi todo el oxígeno que hay.
El resultado: que en la parte fría del litoral prácticamente no exista la vida a más de cuarenta metros de profundidad.
Salvo la superficie, por un buen trecho el mar es casi un desierto.
Y es nuestro mar.
─Desde niños los peruanos somos criados con la idea de que podemos extraer lo que sea del mar y que nunca se va a acabar, pero ya estamos viendo el resultado de esa falacia. La misma idea de querer producir más nos está llevando a depredar el medio ambiente del cual dependemos.
Científico del Departamento de Ciencias Biológicas y Fisiológicas de la Universidad Peruana Cayetano Heredia, Yuri Hooker ha sido testigo de cómo ciertos animales marinos casi han sido exterminados de su hábitat: algunos incluso para lucir embalsamados en los mercados de artesanías de Máncora y Punta Sal.
Las estrellitas de mar, por ejemplo.
─¿Por qué esa especie es tan importante si a simple vista no parece gran cosa? ─dice el biólogo marino─. Porque esa estrella de mar es la depredadora natural de ciertos caracoles que mantienen estable a una población de algas que permite, a su vez, que existan corales donde viven y se alimentan, a su vez, muchas otras especies.
Cadena alimenticia.
Lo más grave: que el Perú es el único país del mundo donde todo ser vivo bajo el agua no es considerado fauna silvestre sino recurso hidrobiológico.
Fauna silvestre son aquellas especies que se pueden explotar de manera limitada: seres que viven en estado de libertad y forman parte de un ecosistema.
─Por el contrario, recurso hidrobiológico significa que son animales que pueden ser capturados para tu uso y beneficio a cualquier precio ─dice Yuri Hooker─. A algún genio se le ocurrió que en el Perú, país pesquero, los organismos marinos no deben tener una clasificación que los preserve.
De allí esta irresponsabilidad política, económica y ecológica: el mar peruano representa apenas el 0.1% de área superficial de los océanos y, sin embargo, produce algo más del 10% de la pesca a nivel mundial.
En nuestro país la población dedicada a la pesca artesanal ha aumentado con notoriedad: por un lado, las facilidades para acceder a créditos bancarios le permite adquirir mejores embarcaciones ─a motor, por ejemplo─, y por el otro, los bajos precios de los implementos de manufactura china ─como las redes de pescar─ hace que resulten fáciles de adquirir y reemplazar.
Ahora las redes son tan baratas que al menor problema los pescadores las desechan arrojándolas al mar.
La pesca industrial no se queda atrás: flotas rusas, chinas, japonesas y coreanas hacen fila en el altamar peruano dedicadas con exclusividad a la caza del atún, la pota ─el calamar gigante del Pacífico─, la anchoveta, la merluza ─ya casi desaparecida─ y hasta tiburones.
Pero así como hay flotas formales, también hay ilegales: las que ingresan a territorio jurisdiccional sin permisos ni autorizaciones.
Incluso de algunas empresas legales se sospecha que utilizan embarcaciones nodriza fuera de los límites marítimos para llevarse parte del cargamento sin declararlo como pesca autorizada. Y no pagar por ella, claro.
Sin embargo, lo más grave es lo que se pesca.
─Pese a que en la mayor parte del mundo hay una prohibición de estas especies por amenaza de extinción, el Perú es uno de los diez países donde más tiburones se cazan ─dice Yuri Hoker─. Por supuesto que en los mercados no los encontramos rotulados como tiburones: los pescadores le cortan la cabeza a un tiburón martillo, diamante o azul y automáticamente los transforman en «toyos».
En cualquier muelle del país, alguien puede desembarcar un tiburón de cualquier tamaño y nadie dirá nada porque no hay restricciones.
En el Perú no hay un establecimiento de tallas mínimas de caza para la pesca ni vedas para todas las especies marinas con interés comercial ─salvo lo que ocurrió de modo excepcional con delfines y pulpos─ ni control de vigilancia en los puertos.
Los pescadores suelen justificarse diciendo que los tiburones caen en las redes por accidente y, puesto que ya están allí, también son arrastrados para su venta. Olvidan que en otras partes del mundo esto no es argumento: igual se prohíbe su descarga.
─Uno dirá que cómo se va a desperdiciar esa carne y tirarla al fondo del mar ─dice el biólogo marino─. Pero el trasfondo de esta ley es evitar una pesca dirigida. Si un grupo de pescadores no encuentran nada y solo avistan un tiburón ballena, pensarán que con él podrán recuperar el costo del combustible de su traslado. En cambio, si supieran que de nada les servirá matarlo porque no podrán desembarcarlo en el puerto, entonces lo dejarán vivir. Así es como se protege a las especies amenazadas.
Aunque prohibida en el litoral ─y en gran parte del mundo─, la pesca de arrastre está permitida en altamar peruano.
Esta técnica consiste en tensar una extensa malla que ─al igual que una red gigante para cazar mariposas─ se arrastra entre la superficie y el fondo marino. Dentro de ese tejido quedan atrapados peces, cangrejos, estrellas de mar, erizos, gusanos y cualquier especie imaginable.
De toda esa recolección marina, ni siquiera el 10% tiene valor comercial.
El resto se tira al fondo del mar. Muerto.
─Lo que pagan los pescadores industriales con esta técnica es ínfimo en comparación con el tipo de daño que producen en el ecosistema. Como mínimo debería establecerse un pago adicional por ese perjuicio ecológico ─dice Yuri Hooker─. Pero como en el Perú estas especies no están clasificadas como fauna silvestre, entonces no importan.
La pesca con dinamita también es otra de las lamentables alternativas. Suele realizarse en el litoral, en zonas rocosas ─de rompientes─ donde habita especialmente la chita, ese pez de alto valor comercial en nuestras mesas.
Se supone que es ilegal, pero nadie se preocupa por vigilar que lo siga siendo.
─Un pescador, anzuelo en mano, atrapa cinco o diez chitas al día, pensando en que el kilo de su carne cuesta cerca de veinte soles. Eso le resulta suficiente para su economía ─dice el investigador─. Sin embargo, con una sola explosión de dinamita los delincuentes pueden llegar a recolectar trescientas chitas que se quedan flotando tras el impacto.
Y agrega:
─Pero a nadie le interesa esas otras trescientas o cuatrocientas chitas que por la explosión se fueron al fondo del mar. Como mínimo ese lugar no tendrá peces por los próximos dos meses, pero a los delincuentes no les interesa porque siempre tienen otros lugares dónde ir.
Esos lugares están entre Ancash y Tacna y suelen ser visitados de noche.
Al no haber vigilancia, nadie se entera de cómo se han obtenido esas dos o tres toneladas de chita que a la mañana siguiente se desembarcan en los puertos.
─Casi todas las bahías en el Perú están contaminadas por plantas de procesamiento de harina de pescado ─dice Yuri Hooker─. Y se han asentado allí porque es más fácil que las bolicheras entren y descarguen en estos lugares: se minimizan costos desde el punto de vista del empresario.
Algo similar realizan algunas compañías mineras que incluso poseen una planta de tratamiento en las bahías: desde allí se embarcan los metales que se llevan al extranjero.
Es lo que ocurre, por ejemplo, en la bahía de San Nicolás, en Ica.
Para terminar de empeorar la situación, casi todas las bahías peruanas tienen un balneario, una población o una ciudad cuyos desagües terminan en el mar.
─Son dos formas de contaminación: orgánica e inorgánica. Esta última se entiende por los minerales y residuos químicos ─dice el especialista─. Pero los desechos urbanos y de la industria de la harina de pescado representan materia orgánica que, al entrar en natural contacto con las bacterias para su descomposición, consume todo el oxígeno de esa parte del mar.
El resultado: que la vida en estas bahías, que debería ser la guardería de todas las especies que viven en aguas costeras ─y de las cuales nos alimentamos─, es eliminada porque se queda sin oxígeno para sobrevivir.
Así es como la contaminación atenta no solo contra el equilibrio ecológico, sino también contra la productividad de nuestras costas.
─En otros países se hace cumplir la normativa que prohíbe niveles para eliminar desechos de una industria. Incluso metales pesados ─que podría afectar a cualquier organismo─ tienen niveles tolerables mínimos por los cuales todavía es posible la vida ─dice el biólogo marino─. Pero si los desechos sobrepasaran ese límite ─como ocurre prácticamente en todo el litoral peruano─ deberían estar prohibidos.
En el caso de la industria pesquera, recién se acaba de establecer niveles permisibles de emisión de desechos: las empresas tienen plazo hasta el 2013 para adecuarse a esos requerimientos.
─Pero hay muchas empresas que hasta el momento no parecen interesarse en la ley ─dice Yuri Hooker─. Sobre todo las informales. Como las que proliferan en la bahía de Chimbote, por ejemplo.
Son conocidas las municipalidades del litoral limeño que arrojan sus desechos al mar. No solo basura: también materiales de construcción de sus propias «obras».
Eso se llama contaminación por sedimentos.
─Imagínate que posees un hermoso jardín con orquídeas, pájaros y flores, y que de pronto, a su lado, se levanta una fábrica de yeso. Todos los días el polvo de su producción cae sobre el jardín y nunca lo limpias. ¿Qué ocurrirá? Al formarse una lámina de partículas sobre las plantas, estas dejarán de recibir luz y se asfixiarán. Eso mismo es lo que ocurre con la Costa Verde.
El problema ─agrega Yuri Hooker─ es que perdura ese pensamiento de que «solo es tierrita y no contamina».
Porque ese desmonte necesitará de muchos años para asentarse. Sobre todo en esas bahías donde las corrientes marinas son demasiado débiles como para limpiarse.
─Se dice que el colector del desagüe urbano debería ser llevado hacia aguas más profundas pero esa es la típica manera de ocultar la basura bajo la alfombra ─dice el funcionario del Ministerio del Ambiente─. Lo ideal sería construir centros de tratamiento residual que, si bien son muy caros, son los que se utilizan en ciudades mundiales con mucha población.
En esos centros la basura se recicla y lo que es materia orgánica se utiliza como compost para tierras de cultivo.
Por lo mismo, y a sabiendas de adónde van a parar los desechos de la Gran Lima, ¿es factible bañarse en playas de la Costa Verde?
─Si los que hacen el análisis de esas playas afirman que es apta, permíteme dudarlo ─dice Yuri Hooker─. La suciedad está a la vista: ingreso a ese mar solo hasta las rodillas y me aparece un fuerte escozor en las piernas. Algo hay en el agua que incluso irrita.
─Coincide con el boom gastronómico: toda esta pesca indiscriminada ha empezado desde hace casi veinte años ─dice el biólogo marino─. Antes, como había muchos recursos, no se notaba o importaba poco. Pero ahora que muchas personas están abocadas a estas actividades ─desde el que utiliza anzuelo hasta la embarcación industrial─ empieza a notarse la escasez de las especies.
La presión de la gastronomía nacional es evidente: el peruano no dejó de comer hasta casi exterminar la corvina y el lenguado.
Tal es así que incluso Gastón Acurio ha montado una campaña para quitar relevancia a los peces «famosos» y redirigir la atención culinaria hacia otros.
─Buscar peces de calidad es una buena idea. Pero pagarles más a los pescadores responsables también lo es ─dice Yuri Hooker─. Es decir, que las personas que sigan utilizando anzuelos y pesquen de manera limitada sean mejor pagados por su trabajo. ¿Por qué? Porque sus atunes son más frescos, no tienen más de dos o tres horas de cazados y han sido atrapados sin dañar el ecosistema.
La intención es que esa pesca adquiera una certificación ─como se hace con los productos orgánicos─ de un tipo de pesca donde por error no se arrastren tortugas, tiburones, albatros y otras especies amenazadas de extinción, y que se pague tres o cuatro veces más por un pescado que irá a la cocina gourmet.
El cliente siempre sabrá que está almorzando algo que no ha sido capturado con daños colaterales graves.
Algo de esto es lo que se está poniendo en práctica en el Proyecto de El Ñuro, en Piura: a seis kilómetros de Órganos, ocho de Cabo Blanco y diecisiete de Máncora.
─¿Qué si los comensales querrán pagar más por esto? Sí que están dispuestos ─dice el investigador─. En Europa un medio kilo de atún extraído con malas artes cuesta cuarenta euros, mientras que el conseguido con anzuelo cuesta ochenta. Y sin embargo, la primera carne no se vende porque el cliente sabe que en su pesca con redes de cerco han muerto especies como los delfines.
Pero más allá de placeres hedonistas y todo lo comestible que pueda hallarse en el mar, está también el hecho del potencial curativo que tiene para el ser humano: muchos de los medicamentos para controlar enfermedades como el cáncer o la tuberculosis provienen de las esponjas y las algas, por ejemplo.
Yuri Hooker agrega:
─En nuestras investigaciones hemos visto que a lo largo de la costa peruana ─donde cambian temperatura y hábitats─, la fauna también cambia y hay especies únicas que solo pertenecen a la zona de Ica o Sechura y están a la espera de su clasificación científica. ¿Quién nos dice que, al sobreexplotar o contaminar un ambiente, no estamos destruyendo las alternativas de cura para la leucemia o el sida?
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